miércoles, 24 de diciembre de 2008

Frío

Tras unos segundos extraños, pude notar como el frío recorría cada parte de mi cuerpo. Comencé a sentir mis músculos entumecidos y una fuerte presión en el pecho. Los ojos dejaron de servirme para poder ver el mundo al cual abandonaba.

La habitación en la que me encontraba se perdía difuminada por la ventana, para caer en el mar que se extendía como una alfombra de terciopelo azul hasta el horizonte donde el Sol agonizaba tanto como yo.

En un último intento por sobrevivir, busqué fuerzas en mis recuerdos. Traté de dibujar tu sonrisa mediante la melancolía que dejó aquel inviero que pasé junto a ti, pero nada podría igualar tanta luz.

Resignado por no poder crear un recuerdo que fuese similar a tus labios, me acordé de como me mirabas escondida entre la vergüenza que te daba que el mundo fuese solo para ti. Esa mirada que tantas veces me ha prestado parte de su calor para poder seguir adelante, hoy era tan sólo un reflejo de una llama que se apagó hace mucho tiempo.

Agotado de luchar en vano, me lamenté de no haber buscado en más ocasiones apoyo en tus brazos. Aquellos brazos que tantas veces se me antojaron lejanos y desconocidos, pero que después fueron para mí la parte más importante de mi día a día.

Añorando tu calor y tu luz, muriendo por el dolor que me causaba tu recuerdo grabado a fuego en mi alma, dejé de existir.

Mis pulmones se llenaron por última vez de aire, para finalmente surrurar tu nombre, del que nació la oscuridad y que me guió sobre el mar, hasta que me perdí en el horizonte, fundiéndome con el Sol y terminando con el dolor que me provocaba tu ausencia.

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