lunes, 9 de febrero de 2009

Cada final es un nuevo tropiezo.

Aprendiendo a olvidarte mientras te recordaba como el último momento de felicidad en mi vida, como la última sonrisa que fui capaz de sacar del fondo de mi malgastada alma, como el último paraguas que se abría en un día lluvioso. Aprendí a no necesitarte, a no necesitar tus palabras, a vivr sin tu presencia, a no maldecir tu esencia, a no desperdiciar mi existencia viendo cómo buscas entre el ruido de la ciudad las sonrisas y las palabras de otra persona, olvidando que siempre estaré a tu lado, aunque ello me cueste la vida.

Todo se termina, nada empieza. La avaricia, la codicia, el deseo de no perder un segundo más de mi derrochada vida es lo que me lleva a luchar por ti, si olvidarte es la mejor manera de no sufrir. El tiempo todo lo calma, el tiempo todo lo cura. Eso no es cierto, el tiempo hace que cada día muera más al verte, que cada día note como tu piel se aleja cada vez más de la mía, como tus abrazos se hacen cada vez más lejanos, hasta desaparecer en una espiral de ajetreada y monótona vida, de amaneceres simétricos y ocasos extensos como desiertos de soledad.

La esperanza de volver a ver tu sonrisa es lo que hace que cada día me levante, que cada día luche por sobrevivir en el infierno diario de luchar por tu amor, de luchar sin ninguna esperanza, de luchar sabiendo que la muerte se encuentra más cercana a un bebé, que tus labios a los míos.

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