lunes, 2 de febrero de 2009

American way.

Recuerdos de salón bajo la tenue luz de una lámpara que cada día lucha por alumbrar un ratito más mi existencia, para dar sentido a la de ambos. Mientras el mundo gira y gira, dormidos por la locura del día a día, yo me escapo de aquella generalización de personas que no restan a sus ajetreadas vidas un sólo minuto de paz y descanso.

Encerrado en mi áspero y desgastado albornoz, escucho la suave voz de Frank Sinatra, la canción que dedica a la ciudad que nunca duerme.

El susurro del coro femenino me trae al recuerdo su imagen, lá razón que hace que cada mañana me levante con ganas de comerme el mundo, con las fuerzas suficientes para volverla a ver, y restarle al reloj unos pocos minutos más para gozar de su compañía.

Me dejo llevar por la imaginación y el sofoco, y termina la canción. Desamparado por la soledad, con la única compañía de esta efímera lámpara y de la radio que murmulla palabras agónicas sobre una mesita, el sueño ejerce sobre mí una fuerza indescriptible, hasta que al final me sumerjo en aquel mundo de oscuridad y de luz, de soledad y compañía, de alegría y de tristeza, y los sueños invaden mi alma, otorgándome un descanso que no merezco, y que sin embargo, bien empleo para perder el tiempo hasta volver a verla.

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