domingo, 25 de enero de 2009

Desierto

Toda una noche me quedaría hablando contigo, hasta ver salir el Sol por mi ventana y la Luna caer sobre el mar, pero me hace tanto daño, que moriría cuando me abandonases. Luché por eliminarte de mi corazón, por borrar tu recuerdo de mi vida, por encontrar palabras que pudieran acercarme más a ti. Pero es imposible, el destino nos ha demostrado que no podemos estar cerca el uno del otro, sin peligro de odiarte y amarte a la vez, de ser la persona más triste sumergido en el más eterno de los gozos, que es contemplar como la Luna de medianoche baña tu pelo y tu sonrisa con su mortecina y blanca luz.
Moriré otra vez si vuelvo a enamorarme de ti. Moriré si vuelves a escapar con mi paraguas por aquella plaza azul, alejándote para siempre, sumergida en el mar de personas que te servían para ocultarte y esconder la vergüenza que nació de aquel sentimiento tan sincero que tú eras incapaz de comprender y que yo ahora me lamento de haber tenido.
Solo el tiempo y el destino podrán borrar las huellas de aquel extraño y rápido diciembre, en el que crecí de repente, a un precio que preferiría no haber tenido que pagar y poder vivir en las nubes, dejándome llevar por la brisa, que lleva la arena y el olor del mar a los acantilados, desde todavía puedo ver aquel triste amanecer en el que desperté añorando tu sonrisa.
Pero he de ser fuerte y cambiar, el gozo por tu ausencia, la esperanza por melancolía, el bien por la pérdida, la victoria por la derrota, tu mirada por mi reflejo, tu sonrisa por mi llanto, y el mar por el desierto.
Un desierto por el que caminaré acompañado, a veces perdido, solo, sin saber que siempre estará mi sombra, recordándome lo malvada que fuiste, lo iluso que yo fui, lo mal que gasté mi tiempo en intentar tocar el cielo sin llegar a la montaña.
Y te vuelvo a encontrar, en un oasis, perdido, fuera de mi mapa, un oasis que no debería estar ahí, un engaño de los sentidos, un sentido sufrimiento que me ofrecerá un agua irreal de la que yo beberé con temor, deseando que fuese real, deseando que no fuese fuego lo que me recorriese por las entrañas, ni tu la musa que todavía inspira el camino en este inhóspito paisaje.
Al final me rindo,
y me dejo convencer,
por tu sonrisa enigmática
que me quiere hacer perder
el poco sentido común que poseía,
y que cambie de opinión:
tu vida por la mía;
y que cambie de estación,
la verdad por la mentira;
y que muera de dolor.

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